valores

El juego del Solitario

Recuerdo que parte de la relación que tenía con mi abuelo se construyó en torno a las cartas. Pasamos muchos ratos jugando al cinquillo, la brisca o el tute. El tute siempre había sido el rey de entre todos ellos, siempre jugado sobre un tapete verde.

Había otro juego que, en edad infantil, nunca entendí la razón por la que gustaba a los adultos. El Solitario.

Me parecía soberanamente aburrido y no acababa de verle ningún sentido.

Ya sabéis de que va, las reglas son sencillas: Se trata de crear cuatro columnas de cartas (una por cada palo) de manera ascendente, desde el As hasta el Rey. La diversión está en doblegarse a la aleatoriedad de las cartas que van saliendo del mazo, debidamente mezcladas, existiendo la posibilidad de no ganar, algo cuanto menos curioso tratándose de un juego sin oponentes.

Pues este sencillo, y por entonces odioso, juego ocupaba muchas horas a mi abuelo. Podía invertir infinidad de horas, aunque yo no lo comprendiese. Tengo grabado en la memoria como se ofuscaba cuando no conseguía completar un juego y su cara de satisfacción cuando dio con la tecla para ganar todas las partidas. Así la baraja quedaba «bien colocadita para la siguiente vez”, me decía sonriente.

Nunca más le volví a ver perder una sola partida, de hecho a mí más que un juego ya me parecía como si solo estuviese colocando las cartas. Daba la sensación de que había perdido la gracia, como si se hubiera quedado sin Solitario.

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Crisis de valores

Cuatro años han pasado desde que comencé aquella aventura llamada emancipación, (hecho que como sigamos así pronto nos parecerá extraño); atrás quedaron aquellas despedidas, y las primeras y difíciles semanas lejos de algo tan importante (si no es lo más) como es la familia. Aunque apenas nos separaban un par de cientos de kilómetros, cada vez que volvía a casa de mis padres la sensación de que algo me había perdido era mayor; había momentos que me sentía como un extraño, y otros incluso pensaba que el distanciamiento con mi familia no era solo cuestión de kilómetros. Son momentos difíciles no solo para ti que te vas de casa, sino para los que quedan atrás, porque ellos también tienen que acostumbrarse a vivir sin ti.

Ahora, después de todos esos buenos y malos momentos, creo que ese distanciamiento fue positivo, porque gracias a él he aprendido a valorar más a mi familia y es ahora que vivo lejos cuando más unido me encuentro con todos ellos.

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¿Y por qué me ha dado por pensar  en todo esto? Bueno, quizás los 80 minutos que nos hemos tirado mi hermano y yo al teléfono tengan mucho que decir en esto. Vale, algunos pensarán que el hecho de tener un blog conjunto es una razón de peso para mantener una conversación tan larga, pero nada que ver, 80 minutos dan para mucho, y entre el cine, los juegos, el fútbol y las banalidades, me quedo con una cosa: Los valores. Así dicho, suena extraño, y otros (no tienen por qué ser los mismos de antes) pueden pensar que hablamos de dinero. Pues no.

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