El pasado 25 de abril me reincorporé al trabajo tras un largo periodo de baja. Cuando me fracturé la clavícula hace ya más de un año lo primero que me vino a la cabeza es que mi sueño de seguir creciendo profesionalmente corría serio peligro de convertirse en un imposible; las complicaciones en el proceso de recuperación ayudaron a alimentar esa idea.
Es cierto que aún no estoy del todo recuperado y que tardaré algún tiempo en poder hacer con normalidad cosas tan cotidianas como cambiar un bombilla, pero si algo ha cambiado en mi, es la forma de afrontar los problemas. En una situación así, solo hay dos caminos: El de la autocompasión y el de la aceptación. Yo he decidido tomar el segundo, aceptar lo que ha ocurrido, mirar para adelante e intentar hacer realidad mis sueños, porque aunque ese camino no sea tan fácil como antes de la lesión, con esfuerzo todo es posible. Según se acercaba el día de la reincorporación muchos me decían que se acababa lo bueno, que lo iba a pasar mal y que se estaba mejor en casa. Ahora, después de varios turnos, puedo decir que se equivocaban. Necesitaba volver a trabajar, volver a sentirme útil, y volver a darle un sentido a mi vida, volver a poner en el horizonte sueños y objetivos que alcanzar. Puede que al principio uno se sintiera cómodo bajo una absoluta anarquía en cuanto a horarios y con todo el tiempo del mundo para hacer lo que uno quisiera (y el cuerpo le permitiera claro), pero esa es una situación que llega a cansar e incluso agobiar. Yo he estado parado debido a un problema físico, no me quiero imaginar lo que debe de significar estar así debido a la falta de trabajo.