Autoengaño

El juego del Solitario

Recuerdo que parte de la relación que tenía con mi abuelo se construyó en torno a las cartas. Pasamos muchos ratos jugando al cinquillo, la brisca o el tute. El tute siempre había sido el rey de entre todos ellos, siempre jugado sobre un tapete verde.

Había otro juego que, en edad infantil, nunca entendí la razón por la que gustaba a los adultos. El Solitario.

Me parecía soberanamente aburrido y no acababa de verle ningún sentido.

Ya sabéis de que va, las reglas son sencillas: Se trata de crear cuatro columnas de cartas (una por cada palo) de manera ascendente, desde el As hasta el Rey. La diversión está en doblegarse a la aleatoriedad de las cartas que van saliendo del mazo, debidamente mezcladas, existiendo la posibilidad de no ganar, algo cuanto menos curioso tratándose de un juego sin oponentes.

Pues este sencillo, y por entonces odioso, juego ocupaba muchas horas a mi abuelo. Podía invertir infinidad de horas, aunque yo no lo comprendiese. Tengo grabado en la memoria como se ofuscaba cuando no conseguía completar un juego y su cara de satisfacción cuando dio con la tecla para ganar todas las partidas. Así la baraja quedaba «bien colocadita para la siguiente vez”, me decía sonriente.

Nunca más le volví a ver perder una sola partida, de hecho a mí más que un juego ya me parecía como si solo estuviese colocando las cartas. Daba la sensación de que había perdido la gracia, como si se hubiera quedado sin Solitario.

juego-cartas-solitario-2

Seguir leyendo…

Oda a la mediocridad

A nadie le importará, de hecho ni a mi me importa, pero recientemente he hecho un cambio de compañía telefónica, poniendo la titularidad a nombre de mi padre para ahorrar unos euros.

Tras salvar un par de minúsculos problemas, mi nueva compañía hizo la portabilidad sin avisar, de modo que por la mañana me vi sin línea telefónica ni tiempo para ir a buscar la SIM de la nueva empresa. Cuando conseguí acercarme a la tienda a recoger la tarjeta SIM, he aquí el meollo, el empleado me aclaró que, no siendo yo el titular no podía retirar la tarjeta salvo autorización expresa y firmada junto a una copia del DNI de mi padre.

En aquel momento me pasó por la cabeza de todo menos palabras bonitas acerca de aquel empleado. No me entretendré en lo sucedido después. Finalmente, tras una larga espera, conseguí solucionar la situación y volver a tener linea de teléfono.

Pasada una hora recibí la típica llamada para valorar, de 0 a 10, el servicio recibido. Movido por el enfado del momento marqué el 0.
Tiempo después me di cuenta del tremendo error que había cometido. El empleado que me atendió hizo perfectamente su trabajo no entregándome la tarjeta SIM por motivos de seguridad, aunque en aquel momento mi prioridad era recuperar mi linea telefónica.

Su valoración como empleado iba a bajar como consecuencia de mi ceguera.

figuras-interactuando

Seguir leyendo…

Los Reyes son los padres

La semana pasada escuchaba discutir a dos niños:

– ¿Que le vas a pedir este año a los Reyes Magos?

– La nueva Wii, una bici, ropa, un balón, la camiseta de Bale…

Casi de forma simultanea otro niño que estaba cerca se reía y les decía con tono altivo:

– ¿Cómo te van a traer tantas cosas? ¿No ves que los reyes son los padres?

Nuestro inocente niño, aún en edad de creer en la magia, cambió el gesto y se enzarzó a discutir como si la vida le fuera en ello.

Supongo que es normal. Más allá del desarrollo cognitivo de un niño de su edad, estoy seguro de que de algún modo comprendía las consecuencias de este descubrimiento.

Sería muy probable que sus padres le trajeran menos regalos, se tomaran menos molestias en la sorpresa o simplemente comenzaran a tratarle de manera mas adulta en algunos aspectos.

Debe de ser estresante.

 

Debo confesar que los argumentos que estaba dando eran de peso, de cierta lógica para un niño de su edad, se notaba que se resistía a creer que sus padres eran unos «farsantes» pese a haber visto suficientes indicios de la verdad. Prefería seguir viendo las cosas como habían sido hasta entonces.

Imaginad por un momento que ese niño hubiese crecido en una burbuja. Que hubiera sido capaz de crecer al margen de toda información relacionada con la «farsa» de los Reyes Magos hasta entrados los cuarenta. Imaginad en las consecuencias al descubrir, tras cuatro décadas, que habían sido sus padres y no unos señores de Oriente los que cada Navidad le traían los regalos.

 

Por suerte, o por desgracia, hoy día eso es imposible y todos, tarde o temprano, acabamos sucumbiendo a la realidad.

 

Pero… ¿y si eso no sucediera?

Seguir leyendo…