Socorrismo «acuático»

No soy una persona a la que le gusten excesivamente las piscinas de verano. No me agradan las grandes aglomeraciones y el pequeño caos que se monta alrededor del agua. Por eso cuando voy procuro hacerlo en momentos poco concurridos.

Ayer fue uno de esos días, cogí el bañador y la toalla y fui a primera hora, intuyendo que apenas habría nadie.

Me di un chapuzón. Me encanta disfrutar nadando un rato o sentir que vuelo suspendido en el agua. Hay mucha tranquilidad ahí dentro.

Después, fuera del agua, no hay demasiado que hacer, rápidamente me aburro de tomar el sol y tampoco me parece el mejor lugar para ponerme a leer, como hace mucha gente. De modo que di un breve paseo esperando a que se secase el bañador.

Cerca de la entrada estaba el socorrista, con una silla, una sombrilla, un cartel con las normas y una pequeña pizarra donde estaba escrito, con tiza, la temperatura del agua, que en ese momento eran 24 grados.

Me resultó sorprendente porque había encontrado el agua inusualmente acogedora, teniendo en cuenta lo mucho que me cuesta entrar y lo friolero que soy.

Por lo general 24 grados suelen parecerme pocos, así que me acerqué a preguntarle amablemente al socorrista y este me confesó un pequeño secreto:

 

– En realidad el agua está a 26 grados, pero como la gente no hace mas que venir a quejarse de la temperatura, he decidido poner en la pizarra 24 por las mañanas, cuando suelen venir los nadadores, que prefieren el agua mas fría, y 27-28 por las tardes, que abundan mas las familias. Así todos están contentos.

 

Y lo mejor de todo es que realmente funcionaba. Según me contaba las quejas y caras largas se habían convertido en satisfacción y sonrisas en la mayoría de los casos.

De camino a casa me puse a darle vueltas al asunto.

No se que me impresionaba mas, que a la mayoría de la gente le pasara desapercibido ese detalle o que fuera capaz de manipular su entorno a su antojo.

Parecía una tontería sin importancia, pero no paraba de preguntarme como habría reaccionado de haber visto antes aquella pizarra.

¿Y si ese 24 me hubiera disuadido de meterme en el agua? ¿Tanta relevancia podía tener un simple número?

En verdad me mosqueaba un poco la situación. Parecía como si hiciese falta que alguien me diera luz verde para poder disfrutar o quejarme, como si no fuera suficiente con mi opinión

Claro que, eso de «mi opinión» tampoco aclaraba nada. ¿Qué diablos era eso de «mi opinión»?

Todo esto me recordaba en gran medida a esos difíciles exámenes de los que tanta gente habla, para mal, como si de un imposible se tratara. Normal, cualquiera se pone a hacer nada con el agua a 24 grados.

Tiene también un poco los tintes de la crisis económica, de la que tan bien aleccionados estamos para pensar que las cosas se van irremediablemente a pique.

Parece que todo está mediatizado. Está claro que todas esas «opiniones» no hacen sino crearnos expectativas, suposiciones y conjeturas. Ideas, erróneas o no, que van a terminar por condicionar nuestro cerebro, marcándose como meta todo aquello que ya le hemos dicho de antemano que debe suceder.

Al final resulta que nos sentimos como previamente creemos que nos sentiremos, importando mas bien poco el resto.

La ignorancia tampoco es la felicidad, así que supongo que lo mejor será mojar un poco los pies antes de hacer nada.

 

 La perfección absoluta es un estado subjetivo de la mente