VicdePrado

Socorrismo «acuático»

No soy una persona a la que le gusten excesivamente las piscinas de verano. No me agradan las grandes aglomeraciones y el pequeño caos que se monta alrededor del agua. Por eso cuando voy procuro hacerlo en momentos poco concurridos.

Ayer fue uno de esos días, cogí el bañador y la toalla y fui a primera hora, intuyendo que apenas habría nadie.

Me di un chapuzón. Me encanta disfrutar nadando un rato o sentir que vuelo suspendido en el agua. Hay mucha tranquilidad ahí dentro.

Después, fuera del agua, no hay demasiado que hacer, rápidamente me aburro de tomar el sol y tampoco me parece el mejor lugar para ponerme a leer, como hace mucha gente. De modo que di un breve paseo esperando a que se secase el bañador.

Cerca de la entrada estaba el socorrista, con una silla, una sombrilla, un cartel con las normas y una pequeña pizarra donde estaba escrito, con tiza, la temperatura del agua, que en ese momento eran 24 grados.

Me resultó sorprendente porque había encontrado el agua inusualmente acogedora, teniendo en cuenta lo mucho que me cuesta entrar y lo friolero que soy.

Por lo general 24 grados suelen parecerme pocos, así que me acerqué a preguntarle amablemente al socorrista y este me confesó un pequeño secreto:

 

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Videojuegos

Lo reconozco, me gustan los videojuegos.

Hace unos días me fijaba en un niño de unos diez años tratando de hacer todo lo posible por superar obstáculos en uno de estos videojuegos. Movimientos a la derecha, saltos, frenazos, lanzamiento de objetos… Estaba tan enfrascado que parecía que le fuese la vida en ello.

Lo cierto es que me sorprendió su ensimismamiento, a pesar de que parecía complicado, no paraba de sonreír y de intentar pasárselo una y otra vez. Estoy casi seguro de que había perdido la noción del tiempo.

– ¿Por qué te gustan tanto los juegos?

– No lo sé… Son juegos.

Esa respuesta me hizo reflexionar al llegar a casa. Me puse a recordar la cantidad de horas que he pasado siendo un chaval, y no tan chaval, dedicado a los videojuegos. Disparar, correr, saltar, robar, ayudar, interactuar con otros personajes o jugadores, ganar dinero, comprar armas u objetos… Todo con tal de llegar al final. A veces incluso, cuando me quedaba bloqueado, buscaba guías o atajos a través de internet.

En cierto modo tenía la sensación de haber perdido el tiempo. Horas y horas jugando, buscando un único objetivo: el final del juego.

¿Y ahora qué?

 

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Zapatillas nuevas, zapatillas viejas.

Las tiendas de barrio son un regalo. Las de barrio de verdad, las de toda la vida. Si tienes la suerte de conocer alguna con el bagaje suficiente, te das cuenta de que se han convertido en joyas de la sociedad, casi en máquinas del tiempo.

Resisten, a diferencia de las grandes superficies, a los cambios y las modas, con una actitud lo suficientemente hierática como para tener un déjà vu cada vez que pasas delante de sus escaparates. Son tiendas que cambian tan poco que a veces consiguen mimetizarse, formar parte del mobiliario urbano haciendo que olvidemos que están ahí. Cada día que pasas ves los mismos artículos. Una y otra vez. Los mismos precios, alguna vez incluso en pesetas, después de tantos años. Me pregunto si no serán una especie de laboratorios de investigación sociológica.

 

 

Ahí radica su magia, en resistir al paso del tiempo. En dar la oportunidad, a quien lo desee, de observar cómo eran las cosas tiempo atrás…

El caso es que el otro día pasé por una de las que aún tenemos en mi barrio y, sin saber muy bien porqué, me detuve a mirar el escaparate. Cual fue mi sorpresa cuando vi que todavía guardaban un par de las mismas zapatillas que llevaba puestas en ese momento.

Las típicas zapatillas con las que, aunque viejas, algo sucias y puede que rotas como consecuencia del desgate, te sientes muy cómodo. Son tus zapatillas, llevas mucho tiempo con ellas, conoces cada esquina, cada roto e imperfección. Tus pies incluso se han acostumbrado a esas, a priori, incomodidades.

Sin pensármelo dos veces entré en la tienda y pedí mi número. Lo tenían.

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Anoche rompí mi pijama…

No se muy bien la razón, pero soy una de esas raras personas que pasa más horas al día con el pijama puesto que con ropa de calle. Mi pijama es especial. Tiene algo que me hace sentir muy cómodo. Es ponérmelo y los problemas parecen menos, como si de un traje de superhéroe se tratara.

El caso es que anoche lo rompí. Sé que es algo muy común, seguramente todos los días le suceda lo mismo a muchas otras personas, seguramente no le den mayor importancia, dándole mejor vida convirtiéndolo en trapos o simplemente tirándolo a la basura.

Pero mi pijama no es un pijama cualquiera, y no escribiría esto si así fuera. Lo de anoche fue un tanto extraño, fue el remate, el punto y final, el agradecimiento a los servicios prestados.

 

 

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Hansel y Gretel

Me inicio en el mundo de los blogs.

Si, después de mucho insistirle a mi hermano para que lo tuviera preparado, por fin encuentro un momento de tormentosa tranquilidad. Tormentosa porque considero precioso tener ideas en la cabeza que nos inquieten, que nos hagan sonreír o llorar, que nos inviten a pensar, a buscar rayos de luz… que nos hagan perder el sueño al fin y al cabo.

Este blog, nuestro blog, no pretende pecar de prepotente. Como todo ser humano, tendremos ratos para la reflexión, la opinión, la actualidad o el cine, por citar ejemplos. Tiene la peculiaridad de ser compartido, por dos personas con diferentes maneras de pensar pero una misma forma de entender la vida.

 

 

Personalmente, escribo, básicamente y con perdón, «porque me da la gana», porque siento la necesidad de contaros aquello que se me pasa por la cabeza, de desenredar el pensamiento que tantas veces me ha traicionado. Porque como dice mi hermano, será bonito e interesante ir viendo la evolución en la manera de pensar, reflejada en estas líneas.

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