mayo 2012

Ese gran devorador de sueños

El pasado 25 de abril me reincorporé al trabajo tras un largo periodo de baja. Cuando me fracturé la clavícula hace ya más de un año lo primero que me vino a la cabeza es que mi sueño de seguir creciendo profesionalmente corría serio peligro de convertirse en un imposible; las complicaciones en el proceso de recuperación ayudaron a alimentar esa idea.

 

Es cierto que aún no estoy del todo recuperado y que tardaré algún tiempo en poder hacer con normalidad cosas tan cotidianas como cambiar un bombilla, pero si algo ha cambiado en mi, es la forma de afrontar los problemas. En una situación así, solo hay dos caminos: El de la autocompasión y el de la aceptación. Yo he decidido tomar el segundo, aceptar lo que ha ocurrido, mirar para adelante e intentar hacer realidad mis sueños, porque aunque ese camino no sea tan fácil como antes de la lesión, con esfuerzo todo es posible. Según se acercaba el día de la reincorporación muchos me decían que se acababa lo bueno, que lo iba a pasar mal y que se estaba mejor en casa. Ahora, después de varios turnos, puedo decir que se equivocaban. Necesitaba volver a trabajar, volver a sentirme útil, y volver a darle un sentido a mi vida, volver a poner en el horizonte sueños y objetivos que alcanzar. Puede que al principio uno se sintiera cómodo bajo una absoluta anarquía en cuanto a horarios y con todo el tiempo del mundo para hacer lo que uno quisiera (y el cuerpo le permitiera claro), pero esa es una situación que llega a cansar e incluso agobiar. Yo he estado parado debido a un problema físico, no me quiero imaginar lo que debe de significar estar así debido a la falta de trabajo.

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Zapatillas nuevas, zapatillas viejas.

Las tiendas de barrio son un regalo. Las de barrio de verdad, las de toda la vida. Si tienes la suerte de conocer alguna con el bagaje suficiente, te das cuenta de que se han convertido en joyas de la sociedad, casi en máquinas del tiempo.

Resisten, a diferencia de las grandes superficies, a los cambios y las modas, con una actitud lo suficientemente hierática como para tener un déjà vu cada vez que pasas delante de sus escaparates. Son tiendas que cambian tan poco que a veces consiguen mimetizarse, formar parte del mobiliario urbano haciendo que olvidemos que están ahí. Cada día que pasas ves los mismos artículos. Una y otra vez. Los mismos precios, alguna vez incluso en pesetas, después de tantos años. Me pregunto si no serán una especie de laboratorios de investigación sociológica.

 

 

Ahí radica su magia, en resistir al paso del tiempo. En dar la oportunidad, a quien lo desee, de observar cómo eran las cosas tiempo atrás…

El caso es que el otro día pasé por una de las que aún tenemos en mi barrio y, sin saber muy bien porqué, me detuve a mirar el escaparate. Cual fue mi sorpresa cuando vi que todavía guardaban un par de las mismas zapatillas que llevaba puestas en ese momento.

Las típicas zapatillas con las que, aunque viejas, algo sucias y puede que rotas como consecuencia del desgate, te sientes muy cómodo. Son tus zapatillas, llevas mucho tiempo con ellas, conoces cada esquina, cada roto e imperfección. Tus pies incluso se han acostumbrado a esas, a priori, incomodidades.

Sin pensármelo dos veces entré en la tienda y pedí mi número. Lo tenían.

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